Sin briujula

La teoría del management de empresas, plena de sentido común, define que una parte del resultado de las decisiones empresariales depende de las propias acciones (elegir bien los negocios a realizar y además ser eficiente tranqueras adentro)

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ViaCampo Foto: ViaCampo
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Y otra parte de ese resultado es definido por el “efecto año”. Para simplificar, asumamos que el 50% de nuestro resultado depende directamente de nosotros y el 50% depende de las oportunidades y amenazas que brinda el entorno y de nuestra capacidad de adaptación al mismo. Como exploradores en la selva, los empresarios utilizan una brújula que les permite orientar su rumbo y adaptan su paso a las señales que reciben. Señales de precios, de tipo de cambio, de costos de producción, de abastecimiento de insumos, de coherencia política, de intervencionismo de mercados, de seguridad personal, de clima y varios más.

Hoy se opera sin brújula. No hay anclas donde fijar posición. Todas las señales que mencionamos llegan distorsionadas, cambian rápidamente y en cualquier sentido. Hagamos un rápido inventario. Los precios de lo que se vende (granos, carne, leche, etc.) aparecen volátiles y poco previsibles. Los costos de producción (muchos de ellos dolarizados) crecen a gran velocidad, pero además bajo la amenaza de no poder contar con los insumos a tiempo.

Las últimas elecciones terminaron de romper lo poco que quedaba de coherencia política. El intervencionismo y las restricciones de venta deterioran los precios potenciales. La seguridad personal se ve amenazada por el delito en un marco de prevención que desapareció hace tiempo desde el gobierno. Y, para colmo, el año Niño de mayores lluvias por ahora viene amarrete. Y todas estas lecturas son sólo por hoy, mañana pueden variar 180 grados. Sin brújula.

Las decisiones se tornan defensivas, la percepción de mayor riesgo frena proyectos, pero paradojalmente también provoca espejismos (a veces reales) de poder obtener ganancias excepcionales fruto de estas distorsiones. Y, a nuestro juicio, todo aún va a empeorar antes de empezar a mejorar.

La Argentina necesita definir un camino de país normal, abierto al comercio, que fomente la producción y la inversión, donde la honestidad y el mérito valgan la pena. Con prisa, pero a su vez esperando a las personas que quieren cambiar pero que, por distintos motivos, se encuentran rezagadas. Una crisis de magnitud nos azota, una vez más. Ojalá empecemos a entender que si repetimos las mismas acciones, los resultados serán iguales. Poco queda para perder. Es ahora. ¿O nunca?