"Vivo con una bala en la cabeza que me disparó mi ex": una historia de resiliencia

Albertina Bichsel (24, Bell Ville) sobrevivió a una vida de violencia que culminó con un ataque a balazos de su expareja. Uno de los proyectiles quedó incrustado en el cuello. Se repuso y propone crear un grupo nacional de sobrevivientes de violencia de género para ayudar a las mujeres que la sufren.

Julio Rayez (de mangas cortas), al momento de la sentencia.
Julio Rayez (de mangas cortas), al momento de la sentencia.

Por Alejo Gómez.

Albertina trabajaba en la rotisería cuando su expareja entró y le pegó dos tiros. Uno de los proyectiles se incrustó en un brazo. El otro entró por el costado derecho del cuello, debajo de la oreja, y se alojó a dos centímetros de la carótida.

Ella no sintió nada en ese momento: gritaba por ayuda, y lo siguió haciendo mientras el hombre la arrastraba al interior del auto. “Clic, clic, clic”, escuchó ella que sonaba el arma en su cabeza. Pero las balas no salieron, y el atacante no la pudo rematar.

"No tuve intención de matarla", se defendió luego Julio Rayez en el juicio que lo sentenció en febrero de 2014 a 12 años de prisión en la Cámara del Crimen de Bell Ville. Sobre su vida pesan los delitos de "abuso de armas, desobediencia a la autoridad, amenazas, coacción, tentativa de homicidio agravado por el uso de arma de fuego y privación ilegítima de la libertad".

Sobre la vida de Albertina pesa la bala que se incrustó en su cuello y que los médicos prefirieron no tocar, no fuera a ser más peligrosa la operación. Así que ella vive desde hace cuatro años con la bala que buscó su muerte, y sabe que la resilicencia es lo único que puede sanar su psiquis herida.

De eso trata esta historia: de su vida y las vidas de las demás mujeres que Albertina Bichsel quiere ayudar “para que sepan que de la violencia se puede salir, y sin violencia vivir”.

Acompañarse. Me llamo Albertina Bichsel, tengo 24 años y soy sobreviviente de violencia de género. Desde que me dieron el alta del Sanatorio Mayo con dos balas en mi cuerpo volví a Bell Ville a empezar con mi resiliencia. Hoy, después de cuatro años, la sigo luchando, me capacité y camino de la mano con muchas sobrevivientes más. Formamos vínculos.

Hay un grupo, Familiares de víctimas de femicidios, que trabaja con el Consejo Nacional de las Mujeres y que propone medidas necesarias. Pero lo que no hay, y que quiero fomentar, es un grupo de sobrevivientes de violencia de género que abarque todo el país con proyectos para acompañar a quienes la están sufriendo.

Me refiero a tareas de prevención, a trabajos de resiliencia con psicólogos y víctimas y a charlas de concientización en escuelas. Porque es muy importante darles una buena calidad de vida a esas mujeres, evitar su revictimización.

Nuestro testimonios son, cuanto menos, material de conciencia. Es tan importante que el Consejo o algún otro equipo entienda la necesidad de formar un programa de víctimas. Porque mi expareja saldrá de prisión dentro de cuatro años, y casos como el de Albertina hay dos millones en Argentina.

Una muerte anunciada. Desde los 16 años salían en Bell Ville Albertina y Julio. Cuando ella tenía 19 se mudaron juntos y tuvieron a Sofía, la niña que hoy tiene 5 años y a la que le cuentan que su papá biológico se fue a un lugar lejos para "curarse de algo". Punto. Para cuidarla y criarla está su otro papá, la actual pareja de Albertina.

En el medio de esa convivencia pasaron cosas, como la vez que Rayez sacó un arma y le dijo a Albertina que ella iba a ser sólo para él, que la alternativa a eso era una bala. O aquellos tantos otros acosos psicológicos que fueron achatando el mundo de Albertina a una planicie seca.

Incluso él le advirtió que ni se le ocurriera denunciarlo porque no lo iba a tolerar, y más vale que ella lo hizo igual, así que cuando ese 10 de noviembre de 2012 entró en la rotisería le apuntó y le dijo que ya le había anticipado que la alternativa era la muerte.

En ese momento, la bebita de ambos tenía 9 meses.

Vivir. El balazo en el hombro fue como un golpe. En el de la cabeza no sentí nada producto del miedo, únicamente que se me bajó la tensión. Estuve consciente todo el tiempo, incluso cuando él me arrastraba al auto. No me explico cómo mi cuerpo se la bancó.

Tengo las imágenes gritando, pidiendo auxilio, y después en la ambulancia cuando me ponían morfina. Todos me dicen que tengo un dios aparte, y es cierto porque la bala quedó en un lugar raro del cuello, y la médica me explicó que era más peligroso sacarla. Así que una vez al año me hago resonancias para controlar que no se mueva, y los días de humedad siento como si me doliera fuerte una muela.

Tengo una bala en la cabeza que me disparó mi expareja. Y aún así aprendo a vivir. Porque esa bala duele en lo emocional, pero con voluntad salí adelante, eduqué a mi hija, seguí trabajando para darle de comer, estudié y ahora me estoy preparando para mi carrera.

Para eso hace falta a nivel nacional un grupo de sobrevivientes: para mostrarles a quienes sufren lo mismo que se puede salir de todos los tipos de violencia, hacer una vida sana, conocer el amor, entender que tratarse bien debe ser lo normal en una pareja. Les pido a todas las mujeres que lo hablen, que se animen a contarlo, porque muchas veces es la vergüenza la que nos impide vivir una vida libre.