Tinta, óleo y polvo de oro, por Cristina Bajo

Artemisia y Sofonisba se destacaban en esa casta de pintoras ignoradas por la historia del arte.

Cristina Bajo
Cristina Bajo

Hubo, no un ocultamiento, pero sí una especie de indiferencia, que hizo que muchos historiadores de arte no mencionaran, en el pasado, a mujeres que se destacaron a través de sus obras. Monjas, damas de la corte, hijas de reyes o de pintores iniciadas a la sombra de padres o mentores famosos, conformaban una casta olvidada que hoy nos llega en retratos desvanecidos por los siglos.

En el silencio de conventos y abadías, generaciones de monjas se entregaron al trabajo de realizar miniaturas en códices y salterios; como Ende, la monja española que pintó un manuscrito sobre el fin del mundo, que permanece en la Catedral de Gerona y es considerado una obra maestra.

Pero entre estas mujeres de manos manchadas de tinta, polvo de oro y óleo, hubo dos que destacaron: Sofonisba Anguissola, gran pintora del Renacimiento; y Artemisia Gentileschi, representante del Barroco, la primera mujer admitida en la Academia de Dibujo de Florencia.

De Sofonisba tenemos un dato curioso: pintó "El Juego de Ajedrez", obra maestra del S.XVI, representando a un grupo de mujeres practicando un juego intelectual considerado de hombres.

El talentoso Van Eyck dijo de ella: "A pesar de haberse quedado ciega, en materia de pintura he recibido más luz de ella que de todos mis maestros." Sofonisba era hija de un noble de Cremona; sus hermanas fueron también pintoras, pero sólo ella tuvo una larga y reconocida fama, especialmente en la corte de España.

De Artemisia Gentileschi, romana, hija de pintor, se sabe que fue violada por su profesor de dibujo y que el tribunal, no creyendo en su inocencia, la torturó para verificar el hecho.

Estas experiencias la inclinaron a pintar la violencia y la traición: su tema recurrente fue el de Judith decapitando a Holofernes. En uno de ellos, se ve claramente cómo corta su garganta, con el brazo en un ángulo que demuestra la pericia en el degüello que ejerce una mujer de pueblo, acostumbrada a matar animales en la granja. La sangre resbala sobre el colchón y ella se echa atrás con un gesto de resolución en el rostro. Es un cuadro impresionante, que muestra la voluntad de la heroína de asesinar al tirano.

Muchas de sus obras corresponden al Naturalismo Tenebrista, donde abundan mujeres heroicas que defienden su honor muriendo o matando, que asesinan para liberar a su pueblo.

A pesar de que se cree que las mujeres, por entonces, permanecían a la sombra de los varones (maestros, parientes, mentores), Artemisia brilló por sí misma y se pintó mostrándose sencilla pero encantadora; haciéndonos ver que, a pesar de lo que le había pasado, se respetaba y se quería a sí misma. Concentrada en los pinceles, vestida de verde, uno puede distinguir la criatura que aún habitaba en su corazón.

Pero lo que más me atrae de Artemisia, es que supo sublimar la ofensa plasmándola en sus cuadros, mostrando a mujeres maltratadas, vejadas, atacadas, pero también las que tenían la fuerza y la voluntad para luchar por sentimientos que, históricamente, se les atribuían a los hombres: el patriotismo, la libertad de su pueblo, acabar con el opresor y cobrarse en sangre los daños recibidos, en una época en que todavía, la venganza, era la única justicia que existía sobre la tierra.

Sugerencias:

1) Buscar los cuadros de Artemisia en Internet: son impresionantes.

2) Leer la biografía de Sofonisba Anguissola, pintora de las casas reales de Europa.

3) Conocer a Judith Leyster (S.XVII), famosa, olvidada y redescubierta a finales del S.XIX.