Curar con nuestras hierbas, por Cristina Bajo

Siempre que sea posible prefiero curarme a través de métodos naturales, sin negar el mérito de los remedios farmacéuticos.

Cristina Bajo
Cristina Bajo

Hace tiempo que quiero hablarles de este libro, con la ilusión de que los que vengan a visitar nuestras Sierras puedan conseguirlo, ya que es un texto digno de consultar.

Este libro de gran formato, con excelentes fotos que facilitan el reconocimiento de la planta elegida, está escrito en un lenguaje llano –para que todos entiendan- aunque digno y ameno. Pero además del tema– plantas curativas- me encantó la introducción del autor, que copiaré porque viene bien para recapacitar en este principio de un año que aún no sabemos cómo pintará. Ezequiel Agüero dice así:

"Gracias a los que, ante la adversidad, se ríen y contagian alegría. A los que ante la desgracia, prefieren aprender y ser, en lo posible, mejores. A los que apoyan desinteresadamente a sus amigos. A los que dan la mano firme y miran a los ojos. A los que son fieles. A los que escuchan con ganas nuestras desgracias y nos ayudan a superarlas. A los que dan la mano cuando alguien cae. A los que, con lo esencial, enseñan a ser felices. A los que trabajan dignamente. A los que perdonan. A los que prosperan. A los nobles. A los firmes. A los soñadores. A los audaces. A los que no se corrompen. A los que actúan por sí mismos. A los que siempre dicen la verdad. A mis amigos, que me han regado de vida."

He abreviado, pero diría que es un código de humanismo en dignas minúsculas. La obra se titula: Plantas medicinales silvestres del centro de Argentina – Guía para su reconocimiento y uso terapéutico.

Aclaro que, siempre que sea posible, prefiero curarme a través de métodos naturales sin negar el mérito de los remedios farmacéuticos. Es decir, prefiero comer sandía y apio a tomar un diurético recetado y acudir a tizanas si el malestar no es agudo.

Esta obra es generosa, tanto por las plantas estudiadas, como por la pluralidad de sus dotes curativas, sin olvidar otros datos que nos toman por sorpresa.

Tomemos el piquillín, un arbusto casi desaparecido y que acompañó mi infancia en Cabana: Agüero no sólo nos explica que desde épocas inciertas se usa para regular los ciclos mensuales femeninos, sino que los frutos se utilizan para preparar licores y nos da al menos dos recetas para intentarlo.

El molle es uno de los árboles emblemáticos de nuestras sierras. Crecí respetándolo por los dichos de mi niñera serrana, que nos daba lecciones de vida sobre muchas cosas, algunas mágicas, otras prácticas. Le temíamos porque "flechaba" y en este libro me entero que no sólo puede escocer, sino también matar a quienes padecen de alguna alergia.

Además de los usos medicinales –es digestivo, alivia la artritis y es anti-inflamatorio– tiene gran importancia como guardián de las aguas subterráneas. Y comparte un dato curioso: los primeros españoles llegados a Córdoba aprendieron de nuestros indígenas a preparar una bebida dulce y refrescante con su fruto.

Otra planta que me atrae es la verbena. Por anécdotas que oí, la he usado en mis novelas. En este libro me entero que está relacionada con la magia de celtas y germanos, que protegía a la familia si nacía cerca de una casa y que si te bañabas en su infusión, conocías tu destino.

Seguir sería abundar en lo mismo, por lo que los insto a buscarlo, a leerlo como si fuera el libro de cabecera, y a disfrutar de nuestra flora a través de él.

Sugerencias:

1) Plantemos un jardín de hierbas curativas. Podemos hacerlo en macetas, si no tenemos espacio.

2) Hagamos un pequeño breviario con nuestras dolencias y las plantas que pueden aliviarlas.

3) ¡No olvidar acudir al médico!