Mariana Enríquez: "Los seres humanos somos más crueles que cualquier dios"

Charlamos con la reconocida escritora y periodista cultural sobre su literatura de terror, su ídolo Stephen King y su última novela "Nuestra parte de noche".

Mariana Enríquez, Rumbos
Mariana Enríquez, Rumbos

"A veces me preguntan por qué estoy obsesionada con los huesos y cementerios. ¡Soy latinoamericana! ¿Qué quieren que use si me dedico a las historias de terror?" . Charlar con Mariana Enriquez de las cosas espantosas que le gustan es exponerse a su mirada, a que te fulmine con el rayo de Zeus.

Mariana Enríquez, Rumbos
Mariana Enríquez, Rumbos

Por suerte se ríe seguido y eso amortigua su intensidad. Ganó hace poco el Premio Herralde, uno de los más prestigiosos de literatura en habla hispana, con Nuestra parte de noche. Un novelón perturbador en clave Stephen King que también hunde sus garras en Lovecraft, Poe, Sábato, Emily Brontë... Detrás de este libro que tal vez se vuelva de culto, hay una mujer de 46 años, menuda, ácida para responder.

Pasó su adolescencia a fines de los 80, y le queda en el gesto la desolación punk de asomar al mundo en plena hiperinflación y comienzos del HIV.  En aquellos años vestía de negro y odiaba los jeans Motor Oil y a las chicas que iban adentro, también a las flacas hippies con polleras de bambula, tan en las antípodas del mundo abismal que ella presentía.

Hoy es una reconocida escritora y periodista cultural, con más de veinte años de redacción en Página 12 y un puñado de antologías y novelas que despiertan fanatismos, como Bajar es lo peor (1995), Los peligros de fumar en la cama (2009), Alguien camina sobre tu tumba (2013), La hermana menor: Un retrato de Silvina Ocampo (2014), Las cosas que perdimos en el fuego y Este es el mar (2016), entre otros.

Nuestra parte de noche, su reciente novela premiada en España, comienza con la travesía en auto de un padre y su hijo pequeño desde Buenos Aires hasta las Cataratas del Iguazú durante la última dictadura. Pero ese es apenas el puntapié para una historia desaforada que recorre varias décadas y planos (hay un inquietante "más allá") con seres de poderes extraños, sectas secretas, rituales satánicos, casas embrujadas, bosques de huesos… Un auténtico festín creepy para los amantes del terror.

¿Te gusta la idea de ser la heredera argenta de Stephen King y que se note su influencia en tus libros?

Es mi escritor favorito, tiene que estar. King es el gran maestro en esto de meter el terror en situaciones cotidianas. Se anima a todo. Tiene un desenfado total para usar el tema de la violencia sobre los niños. En Cementerio de Animales destroza con un camión a un nene de dos años en la carretera y después lo entierra, lo desentierra y lo mata de vuelta. Y eso que King tenía en ese entonces un hijo de dos años.

¿Ya desde chica querías escribir terror?

Sí, desde el vamos, pero tuve que leer mucho y aprender porque es un género difícil desde lo técnico, con reglas y temas puntuales. Y la mayoría de las cosas que se te ocurren ya las escribió otro antes.

¿Podés meter la pata si repetís un tema?

No necesariamente. Porque en este género los homenajes son muy comunes. El tema es ser consciente de que los hacés. Si a vos se te ocurre la idea de un tipo que se mete en la tumba de su esposa y le arranca los dientes, y no sabés que ya lo hizo Poe, es un papelonazo. EnNuestra parte de nochehay una casa embrujada, la de la calle Villarreal, que es un homenaje a la Casa de la calle Neibolt, deIT, un libro de King importantísimo para mí. Es literal, no quiero disfrazarlo.

Tu última novela es desmesurada por su extensión, cantidad de personajes, atrocidades que les ocurren. ¿Qué te interesaba de ese universo desbocado?

No tenía tan pensado el libro antes de escribirlo. Sólo sabía que quería una novela larga, pero cuando tuve la historia y los personajes se volvió inmanejable...

Al terminarla tuve la sensación de estar frente a un relato mitológico. Juan, tu protagonista, es un médium que parece un semidios griego. Es poderoso y violento, pero también vulnerable.

Juan es un Hércules, un Aquiles. Lo pensé como un personaje muy del género fantástico, un semidios que vive entre dos mundos y es capaz de interpretarlos. También jugué con esa idea al hacerlo hijo de inmigrantes de Misiones, muy rubio, alto, grandísimo. Es muy guapo, pero él no se siente así, odia su cuerpo. Con su sexualidad también es ambivalente. Quería que fuese un personaje muy humano, cariñoso y agresivo, extremo en sus pasiones, muy duro, porque la gente real también es así.

Podríamos decir que tu antihéroe pertenece a dos mundos, pero no la pasa bien en ninguno.

Juan está totalmente condenado. Al escribirlo, yo tenía dos referentes literarios muy claros: Frankenstein, que está entre la vida y la muerte, muy solo y abandonado por sus creadores, pero que a la vez es dueño de un poder total y una capacidad de daño enorme. Mi otro referente era Heathcliff, el personaje deCumbres borrascosas, de Emily Brontë: un huérfano robado y absolutamente resentido, un personaje cruel pero muy atractivo para los lectores.

En esta novela desplegaste todo el arsenal del género: hay puertas que se cierran solas, niños malditos, manos que te tocan en la oscuridad. ¿Cuál es tu marca de estilo para diferenciarte de otros autores de terror?

Me gusta usar todos los tópicos posibles, incluir siempre en mis cuentos y novelas algún mal antiguo, como un dios vengativo o un demonio, ritos paganos y algo de violenciagore. Pero lo que sea lo reinterpreto en clave latinoamericana porque quiero que esté presente nuestra historia política y social. Si imagino una casa embrujada, para mí es inevitable que esa casa remita a la oligarquía argentina o a los lugares donde torturaba gente la última dictadura militar.

Mariana Enríquez, Rumbos
Mariana Enríquez, Rumbos

En la Argentina no pareciera necesario lo sobrenatural para hacer literatura aterradora.

Creo que en ningún lado. En alguna parte del libro cito a una antropóloga norteamericana,Zora Neale Hurston: “Los dioses se parecen a la gente que los imagina”. En mi novela hay un dios al que yo llamo “La Oscuridad”, una suerte de poder mudo al que todos creen interpretar, pero cada uno entiende lo quese le antoja. Lo invocan por medio de crueldades los miembros de “La Orden”,una organización secretaque tiene como socios a los militares de la última dictadura. Estáformada por familias de la oligarquía que buscanla inmortalidad, pero perpetuándosecon sus privilegios de clase. ¡Pero este dios jamás les dijo que podían lograr eso!

En un plano realista tampoco dejaste crueldad sin abordar: te metés con el terrorismo de Estado y las barbaridades de las religiones escudándose en supuestos designios divinos.

Las divinidades siempre son ilegibles, nunca nos comunicamos con ellas. Los seres humanos espejamos a los dioses en nosotros mismos, somos más crueles que cualquier dios. En esta novela sucede lo mismo.

El terror es un género paradójico porque nos asusta pero también puede divertirnos. En festivales de cine como Buenos Aires Rojo Sangre y Terror Córdoba, el público estalla en carcajadas con las escenas más truculentas. ¿A vos qué sensaciones te genera?

Me divierte muchísimo. Imaginate que no puedo impresionarme o sufrir con el personaje si le estoy escribiendo una escena tremenda. Mi proceso es más técnico: ¿Qué es lo más espantoso que puedo hacerle a este personaje concreta y simbólicamente? Es un trabajo sutil lograr ese efecto sin que las maldades generen desbalances en la historia.

¿Conformamos una sociedad más violenta que otras?

No... Creo que es tan violenta como otras.

¿Cómo se cuela esa violencia en la dimensión de la palabra y de nuestros discursos sociales?

De manera muy natural, en el ejercicio cotidiano de echarle la culpa al otro. Para nuestra sociedad la violencia es algo que siempre le pasa a los demás. Somos muy hipócritas y nos contamos cuentos naïf de superioridad moral. Pero la realidad es otra.

¿A qué te referís puntualmente?

Cuando ocurre algo terrible y lo pasan por la tele, todo el mundo empieza con el famoso “qué horror”. ¡Eso me irrita! Lo noto también en discursos “progres”, como si el impulso violento fuera cosa de gente bruta, no del ser humano: “Nosotros, que criamos a nuestros hijos en el amor y nunca les pondríamos un dedo encima...”. ¡Por favor!

Leí que también te irrita el rótulo de "literatura femenina" o que se asocie a las autoras con una narrativa de lo íntimo. Pero escritoras como las cordobesas Fernanda Pérez y Viviana Rivero no se sienten incómodas en ese registro. ¿Se dan al interior de la literatura argentina estos debates del feminismo?

No lo sé, me genera ambivalencias el tema. Me puedo juntar con otras mujeres para debatir cuestiones reivindicatorias que nos interesen, la violencia, el aborto, la igualdad de oportunidad, los sueldos. Pero termina siendo machista ponernos a hablar siempre sobre “literatura femenina”, a explicar qué es ser mujer y escritora. No lo siento como una experiencia liberadora, sino como un ghetto. Una domesticación. Si se arma un debate sobre literatura de terror, a mí me gustaría charlar con el escritor Luciano Lamberti, con quien compartimos varias cuestiones de escritura.

¿Te gustaría llevar al cine o a Netflix alguna de tus ficciones?

Sí, pero me gustaría que las adapte otra persona. Mi novela Este es el mar súper da. Y Nuestra parte de noche también, pero sería costosa de hacer.

A esta altura de la vida ya te conocés... ¿Cuándo sabés que se viene un cuento nuevo? ¿Te bajan los duendes, como a Lorca, o es un proceso meramente intelectual?

(Se ríe) Es una mezcla, porque en general surge algo que me impresiona, una imagen de una película, una noticia, un recuerdo. Después le doy mil vueltas, aunque termino escribiendo de un tirón. Mi cuento “Los años intoxicados”, por ejemplo, está armado en torno de una escena de mi adolescencia: una vez volvía en micro de Buenos Aires a La Plata y una nena pidió bajarse con cierta urgencia en el bosque, de noche. Yo estaba en ese colectivo, no me lo contaron. No sé si se sentía mal o si tal vez viviera por ahí, pero el recuerdo que tengo es muy fantasmagórico.

¿Vos aparecés en tus cuentos?

Creo que estoy en todo lo que escribo, lo que no quiere decir que escriba en clave autobiográfica. Lo más autobiográfico es mi cuento “Ese verano a oscuras”.

¿Sentís los efectos de tanta exposición habiendo ganado un premio muy groso como el Herralde?

Me puse muy contenta, pero pensé que iba a ser menor la repercusión. Ahora prefiero dejar que corra el agua y enfocarme en otros laburos. Desde hace rato estoy con otro proyecto larguísimo sobre viajes a cementerios, que voy a reeditar enriquecido, y voy a hacer un libro con una editorial de Chile sobre Suede, una banda que me gusta mucho.

¿Cuándo lo vas a conocer a tu mentor, Stephen King?

No creo que lo conozca.

¿Será cierto que tiene ghostwriters, que a esta altura a sus libros se los escriben otros?

Para mí que sigue escribiendo King, incluso veo nuevas marcas de estilo en sus últimas novelas. Pero seguro tiene un equipo de editores muy involucrados... Si tuviera su fortuna yo haría lo mismo. En vez de leerme diez libros sobre cómo convocar a un demonio, mando a un pibe de mi equipo a que haga una investigación. Igual hay cosas personales, que son propias de cada escritor, y el lector que te sigue lo nota. Por ejemplo, cuando en esta última novela yo hablo de “El Ahorcado”, no es que lo busqué para agregarlo ahora. Hace veinte años que estudio y tiro el Tarot, es un tema de mi interés.

Saliste hace poco en Revista La Nación caracterizada como una señora antigua. Parecías Mary Shelley, la creadora de Frankenstein. ¿Estás aprovechando la difusión del premio para alimentar un poco el personaje?

Tengo canas, 46 años, no soy una nena. Me divierte darme el permiso de un poco de desobediencia y frivolidad. La solemnidad también es muy masculina. ¡Oh, el solemne escritor latinoamericano! ¡Qué entidad tan pesada! Está bueno despeinarse y salir de ese lugar de “el señor que sabe” para ser “la señora que asusta y se caga de la risa”, ¿no? El género de terror no es para nada solemne, y si un libro no llega a estar bueno tampoco es tan terrible.