Eugenia Unger: "Al empezar la guerra nos atacaban las ratas, y al final, las cazábamos para comer"

Sobrevivió a Auschwitz, a los horrores del nazismo. En la Argentina rehizo su vida y fundó el Museo del Holocausto.

Rumbos #817
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"Me dicen Genia y nací en Polonia. Tenía trece años cuando estalló la guerra en 1939. Era linda como Shirley Temple, y mi familia feliz. Pero los alemanes no tardaron en invadir Varsovia, y todo fue muerte hacia adelante. Tres años vivimos escondidos en el gueto...", cuenta Eugenia Unger, la mujer que sobrevivió a Auschwitz y fundó el Museo del Holocausto en la Argentina.

Y continúa: "¡De lo flacos que estábamos, una vez llegamos a meternos diez en un horno de pan! Perdí a mis heroicos hermanos y a mi padre en la resistencia, y también asesinaron a mi hermana Renia. Con mamá fuimos a parar a Majdanek, y no recuerdo cómo a Auschwitz y a otros campos de exterminio".

"¡Me cortaron mi vida en pedazos esos nazis de mierda! ¿¡Por qué sigo viva!? A estos 93 que tengo, me lo sigo preguntando. ¿Por qué todos murieron a mi alrededor? ¿Por qué yo sobreviví?", se cuestiona Unger.

Eugenia Unger, sobrevivió a Auschwitz y fundó el Museo del Holocausto en la Argentina.
Eugenia Unger, sobrevivió a Auschwitz y fundó el Museo del Holocausto en la Argentina.

Eugenia, Genia para sus seres queridos, es la fundadora del Museo del Holocausto de Buenos Aires. Una luchadora por la memoria.

Llegó a la Argentina en 1949, después de atravesar el horror nazi y varias pesadillas más. Porque a Auschwitz, al terminar la Segunda Guerra, le siguieron cinco meses viviendo en la calle y tres años penosos en un campo de refugiados en Italia. Y como corolario, ya no sabiendo si se trataba de un renacer o la muerte infinita disfrazada, se embarcó en un viaje clandestino hacia Brasil y la Argentina: una odisea de un mes abrazada a su bebé David, comiendo restos de pan, sin abrigo ni amigos, literalmente sin una moneda. No hablaba una gota de español.

Hoy es una anciana de ojos vivaces que abriga la fuerza del mundo. Se pasó la vida ayudando a los sobrevivientes y a sus 93 años repite que su "misión" no está terminada.

"Hace 40 años empecé a trabajar en esto de la memoria. Es lo mínimo que puedo hacer para honrar a esos 6 millones de judíos que fueron masacrados por los nazis, y entre ellos, un millón y medio de chicos", asegura.

"¿Qué grandes personalidades de la cultura y la ciencia hubieran sido esos niños? ¡Dios mío! ¡Qué generación la nuestra! Premios Nobel, escritores, pintoras. Los judíos polacos llevabábamos 3.000 años de cultura en Polonia ¡y nos desaparecieron de un plumazo! Y todavía hay sinvergüenzas como Saramago que dicen que es mentira la matanza de 6 millones. ¡Por favor! Los mismos judíos hacían las zanjas donde después los enterraban."

Genia estuvo en los campos de concentración Majdanek y Auschwitz, en Polonia; y Retzow, Malchow y Ravensbrück, en Alemania.

Su brazo izquierdo conserva nítida la cifra que le tatuaron en Auschwitz: 48914. Sus ojos verdes entrando en trance cada vez que recuerda aquellas escenas, son testimonio del horror, del daño que Hitler y el nazismo provocaron a su familia y a la humanidad.

¿Cómo estaba formada su familia, Genia? ¿Qué pasó con ustedes cuando los nazis invadieron Polonia, el 1° de septiembre de 1939?

Vivía con mis hermana Renia, mis hermanos David y Eugenio, y nuestros padres, Raquel y Noe. Estábamos en casa cuando empezamos a escuchar los aviones. ¡Me dio tanto miedo! ¡Me agarré de la pierna de papá! Era ingenua, 13 años de antes.

Nos atacaban, y papá me decía que eran tiros deportivos. Ahí empezaron los bombardeos de día y de noche la artillería. El ataque duró un mes hasta que entraron los nazis.

No había agua ya. Apenas llegaron, se la agarraron con nosotros; los nazis preguntaban dónde había judíos y los polacos nos marcaban... Eran antisemitas desde siempre.

¿Su familia fue confinada al gueto de Varsovia desde el vamos?

Sí, como millones de judíos polacos y de otros países. Tres o cinco meses después de la ocupación –¡mi cabeza está enojada con algunas fechas!–, los nazis armaron el gueto rodeando unas cuarenta cuadras de la ciudad con alambre de púas, y más adelante, con muros. Nos iban concentrando ahí, nadie podía salir ni entrar. Vivíamos muy mal, en cada casa cinco familias por habitación.

Nos daban diez gramos de pan por día a cada uno. Así fueron tres años de mi vida. A los hombres los sacaban para trabajar, y mujeres y chicos nos quedábamos adentro. Pero con el tiempo empezamos a escondernos en búnkers porque los nazis estaban sacando a 5 mil personas por día para llevarlas a Auschwitz-Birkenau, a la muerte.

¿Cómo eran esos búnkers donde se ocultaban?

Podía ser un agujero en la tierra, un sótano, muebles, cualquier lugar donde entráramos. En esa época nos atacaban las ratas y al final de la guerra las cazábamos para comerlas. Con el gueto destruido, a mediados del 43, vinieron los nazis a sacarnos para la "Solución Final", que significaba matarnos a todos.

¡Yo estaba escondida en un horno de pan con nueve personas! ¡Tan flacos! Alguien nos delató y nos hicieron salir con bomba de gas. "Sacate la ropa", me gritó un nazi. Yo tenía 16. Empecé a desnudarme, pero tuve una hemorragia muy grande, y me ordenó vestirme. Me salvé de muchas violaciones.

Su padre y sus hermanos lucharon en el levantamiento del gueto de Varsovia. ¿Qué pasó con ellos?

Mi padre y mis heroicos hermanos lucharon hasta lo último con bombas molotov. Eran apenas adolescentes... Los mataron como a mi hermana Renia, a la que sacaron del gueto en las primeras entradas nazis. Ellos merecen un minuto de silencio (Genia se para llorando y hace silencio por sus seres queridos).

¿Y qué pasó con Raquel, su madre?

Ella estuvo a punto de ser asesinada, la salvé varias veces. Tenía 37 o 38 años, era hermosa, no daba más de tanto sufrimiento y casi sin comer. Varias veces la escuché pedirle a algún nazi que la matara. Pero sobrevivió y pude cuidarla hasta su vejez en la Argentina.

Tras la destrucción del gueto de Varsovia, Genia fue trasladada con su madre al campo de concentración Majdanek, a 4 km de la ciudad polaca de Lublin. "En los árboles había cabezas de muertos, una en cada árbol. Ahí me llevaron a picar piedras. ¡Imaginate! Yo era la Shirley Temple de mi familia, una muñeca, y de golpe tuve que cargar piedras en carretillas diez veces más pesadas que yo. ¡Estábamos tan débiles! Luego me mandaron a fabricar granadas. De Majdanek recuerdo mucho. Dormíamos como pollos en barracas de madera que adentro tenían muchas cuchetas. En cada cucheta, seis personas con piojos, sarna, yo me agarré tifus. ¡Cuántas veces le dije a alguien 'sacá la mano, sacá el pie' y ya estaba muerto! A la noche venía la kapo nazis a golpearnos con el rebenque. Ahí empecé a sentir lo que era un campo de exterminio. Había barraca de gitanas, de homosexuales, Testigos de Jehová. Todas las noches quemaban gente. El olor impregnaba todo".

“CUANDO NOS LIBERARON LOS RUSOS, YO PESABA 28 KG. ERA LIBRE, PERO NO PODÍA NI CAMINAR.”

Durante esta charla en la que es imposible no llorar, Eugenia agradece, a menudo, a mujeres y hombres con los que se cruzó en los campos de concentración y la ayudaron a sobrevivir. Pero el recuerdo de un niño con el que habló unos minutos la conmueve especialmente.

"El día que nos iban a trasladar de Majdanek a Auschwitz, se acercó a la ventana de mi barraca un chico llamado Billy Goldstein, y me dijo: 'Acordate bien de estos nombres: Sari Goldstein, Esther Goldstein, Erica Goldstein... Ellas están hace dos años en Auschwitz. Buscalas, que te van a salvar. Deciles que estoy vivo, y buscame a mí después de la guerra'. ¡Billy, querido Billy! Después de esto, me trajo un pulóver celeste y una vianda de comida. Yo estaba muerta de frío, de hambre... Nunca lo voy a olvidar".

Genia llora desconsolada. Después de nombrarlo varias veces como en un mantra, se calma. "¡Qué en paz descanses, Billy Goldstein! Gracias a ti yo vivo."

¿Qué pasó a partir de su llegada a Auschwitz?

Hay cosas que no puedo recordar, muy duras, como cuando me grabaron los números en el brazo. Estuve allí dos años, hasta el fin de la guerra. Sí recuerdo que tenía rulos y me raparon, que me dieron la ropa de alguien gordo. Y que al llegar, a mamá la mandaron al crematorio. Entonces empecé a preguntar desesperada en mi barraca...

"¿¡Alguien que se llame Goldstein!?" Y se me acercó una chica, Sari Goldstein. Llorando le conté que se habían llevado a mamá y que había visto a su hermano Billy en Majdanek. Ella me agradeció, habló con alguien y logró rescatarla. ¡Le debo la vida! Al final de la guerra fui a buscar a Billy, pero lo habían asesinado.

"¿Cómo puede ser que en el mundo supieran lo que hacían los nazis y que no dijeran nada?", se pregunta Genia, y afirma: "Tengo bronca con mis judíos americanos, no les perdono. ¡Ni una protesta hicieron! Hacían dinero en EE.UU., mientras en Polonia y Alemania quemaban personas. ¡Seis años de mi vida prisionera de los nazis! Un oficial me rompió la pelvis de tanto pegarme ahí abajo con su bota en punta, y el mundo callaba ese horror."

El 27 de enero de 1945 las tropas soviéticas coparon Auschwitz. El dominio nazi llegaba a su fin. Genia y su madre aún permanecían allí, entre los miles de moribundos que el Tercer Reich no había llegado a eliminar.

"Los rusos nos ordenaron salir, iban a dinamitar el campo. Teníamos miedo y éramos libres, pero no teníamos fuerzas para caminar, yo pesaba 28 kg. No sé cómo, logré subir a mi madre a un carro y le perdí el rastro, nos reencontramos recién ocho años después", recuerda.

¿Cómo fue la venida a la Argentina, en 1949, después de pasar por cinco campos de extermnio, vivir en la calle y estar como refugiada tres años en Italia?

Fue todo tan difícil... El viaje clandestino con mi nene en un buque averiado, y también los primeros tiempos acá. Pensaba... ¡Por qué no me habré muerto con los míos!

¿Cuánta gente en su situación conoció a lo largo de estas décadas en la Argentina?

Estuve en contacto con unas 50 familias, de los que aún quedamos unos diez sobrevivientes. Cuando hay fiestas y la gente ríe, miro para atrás: mi familia era feliz y nos pasó esto... Conocí a mi marido en un campo de refugiados, el viaje a la Argentina fue tremendo. Pero agradezco a este hermoso país todo, ¡lo adoro! Porque podría haber ido a EE.UU., pero acá encontré la paz para seguir. Acá pude trabajar y criar a mis hijos. Dios me salvó para que dé testimonio. Le pido a la gente que no haga diferencias, que haga el bien y ame a su familia. ¡Dios, dios! Que haya paz y se acabe esta vorágine de odio.