Amaicha del Valle: La Pachamama y su mensaje para el 2024

Una conversación íntima con la representante de la Madre Tierra en el Valle Calchaquí.

Mercedes Suarez, Pachamama 2023.
Mercedes Suarez, Pachamama 2023. Foto: Sol Alvarez Natale

Un suave viento baja de la montaña y mece las hojas del gran nogal, silba entre las espinas del cardón y hace balar de gusto a los cabritos. Doña Mercedes Suárez eleva la orgullosa frente, otea el horizonte y anuncia lluvia. No se equivocará. Sus largas décadas transitando estos valles sagrados, la sabiduría ancestral que fluye fuerte en sus venas, la mirada aguzada, le dieron el poder de interpretar a su entorno. Doña Mercedes fue elegida Pachamama 2023 en Amaicha del Valle, lugar donde hizo su vida y crio a sus hijos junto a su marido. “Yo soy coqueta, no tengo la típica imagen de la Pachamama”, dice, sin ocultar cierto rubor que nace de su esencia tranquila y discreta.

Al llegar a su casa, me recibe el aroma irresistible de las empanadas del 31: ella, con delantal, pero impecables aros de cairel, dirige la cocina donde trajinan sus hijas. La casa es un matriarcado, y ella lo sabe llevar con una precisión orquestal; los pisos brillan, el patio luce una explosión de colores floridos, y todo el conjunto demuestra paz y dedicación.

Entre anécdotas y recuerdos, se fue desgranando una conversación profunda, cargada de emotividad:

--” Mi nombre es Mercedes Suarez, nací en San José de Chasquivil, es un valle que está después de la cumbre esta que se ve, ese cerro, al otro lado. Es un paisaje muy lindo como Tafí del Valle, como Raco. Pero muy poca gente que ya queda viviendo ahí porque la mayoría se vino a Amaicha o a Tafí, buscando trabajo. Y los viejitos ya murieron. Entonces la gente más joven se fue. Yo ya no soy una jovencita, tengo 78 años y en este mes de enero voy a cumplir 79. Nunca me enfermé. Siempre fui una persona sana. No sé, serían los alimentos con que nosotros nos hemos criado.”

--¿Qué se comía cuando usted era chica?

--Mire, la comida favorita mía era la mazamorra. Cuando mi mamá no ponía la olla de la mazamorra yo estaba enojada: “¿Cómo no has puesto la mazamorra? Si ayer molimos el maíz”. Teníamos un mortero, y agarramos la piedra, lo machucamos y sacamos todo el maíz. Muy lindo, muy bien peladito, muy bien limpito.

--¿Lo sembraban ustedes al maíz?

--Mi papá sembraba y cosechaba el maíz. Pero yo era la que acarreaba, porque estaba lejos de donde él sembraba. Yo habría tenido como 14, 13, años por ahí más o menos. Y yo era una chica siempre de caballo. Era la más corajuda, porque nosotros somos 14 hermanos. Somos 8 mujeres y 6 varones. Yo era la tercera hermana de los 14. A mí me mandaban por todas partes: a ensillar los caballos, a pillar los caballos, y acarreaba el maíz para tener que comer.

--¿Le gustaba ese trabajo?

--A mí me encantaba andar a caballo. Yo era bien guapa, ensillaba y todo desde chica.

--¿A qué edad se viene a Amaicha?

-- Habré tenido más de 20 años. Porque mi mamá después de un tiempo se vino a Amaicha a vivir porque ella tenía aquí tierra. Ella era comunera de la comunidad de Amaicha de Valle. Y yo me fui a trabajar a ciudad. Trabajé muchos años de sirvienta porque no teníamos escuela. En San José de Chasquivil quedaba muy lejos la escuela. Entonces nos decían nuestros padres: “¿Qué vas a ir a la escuela si no ganas nada? Anda, cuida las ovejas, cuida las cabras o las vacas”. Porque íbamos, carneábamos un animal o lo vendían ellos, o hacían queso. Y lo vendían. Entonces de ahí compraban la mercadería para comer. Y era muy costoso para llevar porque ellos se tenían que ir a Amaicha, Tafí o Raco para buscar todos los alimentos que uno necesitaba. Y teníamos que cuidarlo. Porque si nosotros nos abusábamos de usarlo, se acababa. ¿Y a dónde íbamos? En esa soledad... Por eso teníamos nuestros animales y con eso vivíamos.

--¿Cómo conoció a su marido?

--Mi marido lo conocí cuando yo vine para aquí. Él es de aquí, de Amaicha. Ya llevamos 52 años de casados. Gracias a Dios vivimos bien. Sólo que ahora él está enfermo, con un poco de todo.

--¿Cuántos hijos tiene?

--Tengo siete, nueve con los hijos del corazón. Son siete mujeres y los dos varones que son del corazón. Algunas trabajan en el sur. Yo le digo vayan a la escuela, me gusta mucho que ellos estudien, se reciban y tengan de qué vivir. Para que no sufran como sufrimos nosotros. Yo no tengo estudios, pero de tanto trabajar he aprendido mucho. También fui a la academia y ahí aprendí corte y confección y a cortar el pelo. Antes tenía muchas clientas aquí que yo les cortaba el pelo, y les hacía la base de costura.

La Pachamama posa junto a sus corrales.
La Pachamama posa junto a sus corrales. Foto: Sol Alvarez Natale

--¿Cuáles son las funciones de una Pachamama?

--A mí me han buscado de las escuelas. Y voy a la escuela para hacer la ceremonia y para contarles algo a los chicos, y les digo algo de la Pachamama. Bueno, y yo les digo lo que yo sé, porque yo conozco, mire, los años que yo me casé, estoy viviendo aquí. Entonces yo sé lo que es la Pachamama.

--Veo que son casi todas mujeres en la casa...

--Una de mis chicas, tiene dos hijos varones. Y después yo tengo todas mujeres. De los dos varones uno vive en Tucumán y el otro tiene trabajo aquí; trabaja en la ruta. Y aquí va a ver todas mujeres. Si viene un varón, es porque es vecino. Como dicen, ahora manda la mujer. Y mejor así.

--Si usted tuviera que dar un mensaje a los argentinos para el año que se viene, ¿cuál sería?

--Mi mensaje sería para todos los argentinos y para todos los que vivimos aquí en los valles, que nunca nos olvidemos de los pueblitos lejanos, porque Buenos Aires es el centro, y nosotros ya estamos lejos. Que nunca se olviden de nosotros. Y que este año nuevo, que Dios lo ilumine, que sea bueno, que no sé cómo vamos, vamos mal, porque todo caro, no alcanza nada. Que nos alcance a nosotros algo, hay que comprar remedios, que uno se enferma y no hay. Quiera Dios que está en el cielo, mande algunas cosas buenas. Eso es lo que mando yo a la Argentina: que Dios nos ilumine y nos cuide a los argentinos. Porque es lo principal.

La charla se va diluyendo en temas cotidianos: “Ella ya sabe que es la hora de la comida, por eso apunta para la casa”, me dice, señalando con un movimiento de cejas a una cabrita nívea que da saltos frente nuestro. Mientras, Doña Mercedes me acompaña a conocer sus plantas y sus animales, celosamente cuidadas las unas de los otros. Aprovecho y le pido permiso para sacarle fotos. Ella posa, seria, entre avergonzada y orgullosa, digna, arreglada, con su frente curtida de vientos apuntando al cielo, y los pies bien enraizados al suelo, fiel representante de esta Tierra Madre.

Las cabritas de doña Mercedes.
Las cabritas de doña Mercedes. Foto: Sol Alvarez Natale
En el jardín.
En el jardín. Foto: Sol Alvarez Natale