“De lo único que éramos culpables es de querer un mundo mejor”, la historia de Luis Ocaña, ex preso de la última dictadura militar

Es mendocino y hace muchos años se dedica a dar su testimonio como forma de lucha por todas las atrocidades de la última dictadura militar que aún siguen impunes.

En el día de la Memoria por la Verdad y la Justicia, la historia de Luis Ocaña, ex preso político durante la dictadura.
En el día de la Memoria por la Verdad y la Justicia, la historia de Luis Ocaña, ex preso político durante la dictadura. Foto: portal educativo mendoza

Un 24 de marzo de 1976, un golpe cívico militar derrocó a la presidenta María Estela Martínez de Perón, dando inicio a una de las épocas más oscuras de la historia Argentina. El llamado Proceso de Reorganización Nacional instauró un gobierno anticonstitucional y antidemocrático que se extendería hasta 1983.

El terror fue el mecanismo que utilizó la dictadura para romper con los lazos sociales previamente existentes. A través de los secuestros y detenciones en centros clandestinos, miles de personas fueron desaparecidas por más de 7 años hasta el regreso a la democracia, y de muchas aún se desconoce el paradero hasta el día de hoy.

Quienes volvieron se sumaron a la lucha por aquellas voces que no regresaron jamás. Uno de ellos es Luis Gabriel Ocaña, mendocino y ex preso político que combatió la represión desde la cárcel con 3 armas inéditas: el amor, la solidaridad y el humor.

Luis Gabriel Ocaña, ex preso político en el D2
Luis Gabriel Ocaña, ex preso político en el D2 Foto: portal educativo mendoza

Amenazas, torturas, despersonalización, violencia y humillación. Quienes lo vivieron en carne propia luchan hoy para no olvidar esas historias. Pero el de Luis es de esos relatos que hacen que uno se pregunte, después de escucharlo y sentir cómo la piel se eriza, ¿Qué hubiera hecho yo?

En una charla con Vía País, Ocaña contó cómo fueron sus años de cárcel y exilio, que él mismo describe como el infierno en vida. Compartió su historia de punta a punta, para que los derechos de los seres humanos no sean violados nunca más por quienes suponen garantizarlos.

La infancia de Luis Ocaña y la pregunta sobre el amor

Luis Gabriel Ocaña nació en 1944 en Rivadavia, Mendoza. En aquel entonces, los pueblos y ciudades como las conocemos hoy en día no existían aún. En el este mendocino, todo el paisaje estaba conformado por fincas de miles de hectáreas que algún inmigrante europeo con mucho dinero había comprado, y Luis vivía en una de ellas con su familia.

Rivadavia, el lugar donde nació Luis Ocaña (imagen ilustrativa)
Rivadavia, el lugar donde nació Luis Ocaña (imagen ilustrativa) Foto: turismo san juan

El patrón de los Ocaña era un italiano apellidado Gargantini. El padre de Luis era carpintero y se encargaba de fabricar las puertas, sillas y muebles de toda la finca, mientras que su madre era cosechadora junto a sus 4 hijos.

El contexto socioeconómico de la época no era prometedor, y Luis siempre vio a sus padres pelear por dinero porque a veces no alcanzaba para comer. Desde muy chico se preguntó si eso era el amor. Esas discusiones, los problemas maritales y familiares. El quería creer que existía otra forma de amar.

A sus 14 años, tomó la decisión de unirse al Seminario Diocesano de Lunlunta, en Maipú. Creía haber encontrado su “vocación”. Aunque su padre estaba totalmente en desacuerdo por sus ideologías y lo que representaba entonces la Iglesia, permitió que Luis asistiera.

 Seminario Diocesano en Lunlunta, Maipú.
Seminario Diocesano en Lunlunta, Maipú. Foto: José Gutierrez

En su valija llevaba nada más que un poco de ropa y esa pregunta latente que no dejaba de darle vueltas en la cabeza. Pensaba que quizás, el verdadero amor era hacia Dios y allí iba a encontrarlo. En el seminario estudió filosofía, teología, antropología, entre otras disciplinas conglomeradas en las ciencias sociales.

Casualmente, en ese seminario vivían quienes formaban parte del movimiento Curas por el Tercer Mundo. Estudiaban autores como Marx, Engels, Gramsci, entre muchos otros pensadores con un carácter político de izquierda que sería llamado “subversivo”.

En 1965, el obispo decidió clausurar el seminario de jóvenes. Sin embargo, ante el cierre de una puerta, Luis encontró abierta una ventana, y a partir de entonces, comenzó su primera experiencia en la militancia con sus compañeros.

De Lulunta fueron a parar a San José, en el departamento de Guaymallén. Una vez allí comenzaron a trabajar en los barrios, conociendo a la gente, acercándose a escuchar distintas historias de vida. Juntos desempeñaron tareas vinculadas a la solidaridad y la justicia social en la medida en que podían dentro de la vorágine del contexto social argentino.

Los años previos al estallido del 24 de marzo de 1976

En 1967, a sus 23 años, Luis ingresó a trabajar en el Banco de Previsión Social, donde fue miembro de la comisión gremial interna luego de un año de su ingreso. Además, en aquella época militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).

Durante esos tiempos, recibía junto a sus compañeros múltiples amenazas, cómo por ejemplo hojas colgadas en los ascensores del banco con los nombres de todos los integrantes de la comisión gremial. No obstante, esto no les quitaba el sueño, porque sabían que era una práctica común para tratar de asustarlos y que cesaran sus actividades.

Pero todo cambió una noche de agosto de 1975, meses antes del golpe de estado. Una bomba puesta debajo de su auto explotó en la puerta de su casa. Entre la desesperación, Luis sólo pensó en sacar de allí a su mujer y sus hijos que, en ese momento, era muy pequeños como para comprender la situación.

Los llevó a otro lugar, lejos, pero al regresar, una comanda de militares lo esperaban escondidos. Allí, frente a su cara, quemaron toda producción cultural que consideraban prohibida: decenas de discos, libros y casetes que tenía en su casa fueron destruidos en cuestión de segundos.

Dictadura en Mendoza, el famoso Falcon verde.
Dictadura en Mendoza, el famoso Falcon verde. Foto: portal educativo mendoza

Al otro día, en la puerta de su trabajo, un Falcon verde se estacionó frente a él. “Se bajaron, me maniataron, me taparon el rostro y me metieron al baúl del auto. Después aparecí en el D2″, expresó Luis que fue llevado al ex Departamento 2 de Inteligencia que hoy funciona como espacio para la memoria.

Pasó 2 meses allí preso, soportando torturas de todo tipo al igual que el resto de sus compañeros en las demás celdas. De allí lo llevaron a la cárcel de Mendoza sobre la calle Boulogne Sur Mer, y posteriormente a la La Plata y Caseros.

Penal de Boulogne Sur Mer.
Penal de Boulogne Sur Mer.

“La Plata fue la peor. Estaba al mando del General Menéndez y era verdaderamente un infierno en vida” confesó. Luis pasó 7 años preso por ningún crimen, por ninguna razón. Mientras tanto, no podía ver a su familia, ni a sus hijos crecer; aunque gozaban de la certeza de que al menos estaba vivo y sabían donde encontrarlo.

Al profundizar sobre sus años en la cárcel, vimos a Luis conmovido por un profundo dolor; por lo que en su testimonio, no dio detalles específicos sobre las torturas y vivencias que atravesó en cada uno de los penales en los que estuvo.

En 1982, los militares le dieron la posibilidad de tramitarse la visa de algún país y exiliarse. Consiguió la francesa, por lo que hasta 1983, vivió fuera de Argentina. Estudió allí Psicología Social mientras esperaba con anhelo el regreso de la democracia. “Muchos me dicen ‘wow, conociste Europa’ y no tienen ni idea de lo que hubiera dado para jamás haberlo hecho”, comentó Luis.

La vuelta a la democracia y una deuda con el pueblo

A penas se enteró la noticia, Luis volvió de inmediato a la Argentina. En 1983, el gobierno de Alfonsín dio fin a los oscuros tiempos que sombrearon al país por tantos años. No obstante, un sector de la población aún creía que los militares eran la garantía de paz.

Ocaña contó a Vía País que “la reinserción social fue muy difícil. Cuando entrabas a algún lugar, ya sea a trabajar, a comprar pan en el barrio o a hacer un trámite, los primeros días la gente se alegraba de volver a verte; pero después, salía el monstruo de la culpa y todo lo que se escuchaba era ‘y, algo habrán hecho’”.

Represión militar.
Represión militar. Foto: portal educativo mendoza

“Y sí, éramos culpables de lo que nos pasó. Éramos culpables por haber luchado por un mundo mejor. Eso es lo único de lo que somos culpables”, agregó Luis con algunas lágrimas en los ojos.

La memoria, para que no ocurra nunca más

Actualmente, Luis tiene 78 años y trabaja en el ex D2 dando visitas guiadas y contando la historia de superación y la de sus compañeros. Además, escribieron en conjunto un libro llamado “No nos pudieron”, una obra colectiva que relata las emociones y momentos vividos en los años de cárcel.

La tapa del libro "No nos pudieron" (Editorial Acercándonos)
La tapa del libro "No nos pudieron" (Editorial Acercándonos)

Por otro lado, Ocaña compró una pequeña finca en Rodeo del Medio, Maipú, en donde cultiva olivas y alcaparras y vive tranquilamente. De alguna forma, la vida lo llevó de vuelta al punto de inicio de este relato. A la finca en Rivadavia, con sus padres y hermanos, trabajando y viviendo de la tierra y lo que esta brindaba.

Sin embargo, ahora volvió con una respuesta. El amor no es el amor romántico y estereotipado de los cuentos clásicos, no son las discusiones de pareja, ni la definición que te enseñan de chico. El amor es eso que te salva. Esa pulsión de energía que frente a tan poca esperanza, donde todo es dolor y sufrimiento, te mantiene vivo por dentro.

El amor es eso que le permitió a Luis llevarse amigos y compañeros de lucha para toda la vida. Es eso que lo impulsó a trabajar por un mundo mejor, donde haya justicia frente a todos los delitos, en especial los de lesa humanidad. Un mundo en donde la verdad sea la palabra santa. Donde cada una de las personas gocen del derecho a la identidad, a la familia, a la libertad de expresión y a la democracia.

Entre todos sus escritos, Julio Cortázar expresó esto muy bien: “Cuando la desaparición y la tortura son manipuladas por quienes hablan como nosotros, tienen nuestros mismos nombres y nuestras mismas escuelas, comparten costumbres y gestos, provienen del mismo suelo y de la misma historia, el abismo que se abre en nuestra conciencia y en nuestro corazón es infinitamente más hondo que cualquier palabra que pretendiera describirlo”.