La columna literaria de Magdalena Giorgio

La joven concordiense, reciente ganadora del Mundial de Escritura, inaugura su columna semanal en Vía Concordia para acercarnos en cada entrega una parte de su arte.

Magdalena Giorgio
Magdalena Giorgio

DÍA 1
Con mamá el sábado salimos a andar en bici. Usamos la suya y una azul de Daniel que está guardada con candado en el lugar donde pone su moto, también con candado. Mamá sale bastante seguido a andar, yo soy más de la caminata, pero el día estaba lindo y pensé que estaria bueno cortar con la monotonía de mi vida. Soy una trabajadora constante de mi salud mental, y cuando veo a los yuyos que conviven dentro de mi cabeza presionar el cuero cabelludo para salir a la superficie con fuerza, intento darles aire. Mi manera de sobrevivir se basa en el alejamiento, como esos perros que son chocados en la ruta y no quieren morir en un asfalto caliente. Se alejan, corren por los campos.

"Con mamá el sábado salimos a andar en bici (...)"
"Con mamá el sábado salimos a andar en bici (...)"

No estuvo mal la salida. Al principio me agité un poco pero enseguida tomé ritmo y mamá quedó atrás. Debe ser la suerte de principiante. Hay muchos ciclistas en la ruta, pero ellos tienen remeras fluorescentes pegadas al cuerpo y llevan unas calzas tan ajustadas que podrían ser como una piel nueva. Nosotras tenemos ventaja, estamos alejadas de la ciudad y la ruta es nuestra calle. Nuestra salida al super y la panadería, saludar al del vivero todas las mañanas. Nosotras tenemos ventaja y lo sabemos, las demás bicicletas van traspiradas y con cascos en la cabeza como si fuesen superhéroes escalando una montaña. Nosotras recién arrancamos la carrera y el disfrute en mi cuerpo no se compara con nada.

"Nosotras tenemos ventaja, estamos alejadas de la ciudad y la ruta es nuestra calle (...)"
"Nosotras tenemos ventaja, estamos alejadas de la ciudad y la ruta es nuestra calle (...)"

Me acuerdo ni bien pedaleo los primeros metros de todo el tiempo que gastaba en andar en la bici roja cuando vivíamos en calle Avellaneda. Tardes enteras dando vuelta manzana, yendo a lo de la abuela, al club. La bicicleteada de la escuela todos los años cuando llegaba la primavera, era una de las primeras en anotarme porque me encantaba eso de ir en masa a un lugar. Bordeábamos casi toda la ciudad y al final hacíamos un sorteo en donde siempre ganaba algo. Mamá, mañana es la bicicleteada, le decía y recién a la noche, a cualquier hora, salimos a inflar las ruedas. Por suerte Lo de Víctor, nos quedaba en la esquina de casa y él nos arreglaba con paciencia todo lo que se rompía. Las ruedas, al manubrio doblado, la pintura que se desprendía como si fuese una pared con humedad.

Fui nena todo lo que duró esa hora en bici. No sé cómo se controla al cuerpo o como el cuerpo controla las emociones, pero si algo aprendí estos años es que tiene memoria. Y la memoria de mi cuerpo es algo que no puedo controlar, entonces, la dejo. Dejo que me lleve por lugares como si fuese una nena que no sabe dar los primeros pasos y necesita la mano de su padre para caminar.

Magdalena Giorgio