¿Por qué asesinaron a Adrián?

Recuerdos familiares de Adrián Brunori, un chofer de colectivos, con un segundo hijo por nacer, al que mataron en 2015 en un asalto en Alto Alberdi. Quiso ayudar a los delincuentes y lo balearon igual. El juicio está previsto para agosto: su familia quiere que digan por qué lo asesinaron.

Hubo protestas vecinales por el crimen de Adrián y la inseguridad.
Hubo protestas vecinales por el crimen de Adrián y la inseguridad.

Por Alejo Gómez

La vida aparece de este modo: Adrián Brunori (32) quería una nena. Amaba a su hijo Benjamín, de 1 año, y ya lo había hecho hincha de River y todo. Por eso cuando su mujer, Natalia Heredia, le dijo que estaba embarazada de tres meses, Adrián cruzó los dedos para que fuera una nena. Imposible saber a esa altura que no sólo iba a ser un varón; también lo iban a conmemorar con el mismo nombre.

La muerte aparece de este modo: Adrián Brunori tambaleando a los brazos de su padre, Osvaldo, y diciendo su última vez: “Me pegaron un tiro, papi”. Sus ojos siguieron abiertos un poco más y probablemente haya visto el derrotero de patrulleros, los policías trepando a los techos para buscar a los asaltantes, los gritos de desesperación de Natalia embarazada y de su madre, Lidia Cordón.

Quién sabe si captó el momento en que lo metieron en la sala de operaciones del Hospital de Urgencias, si sintió alguno de los tres paros cardíacos que le sacudieron el cuerpo antes del cuarto que le frenó el corazón del todo.

La justicia tal vez llegue de este modo: para el 14 de agosto está previsto en la Cámara 9° del Crimen el juicio contra los cinco delincuentes –dos de ellos, menores de edad en aquel momento- acusados de matar a Adrián Brunori delante de su familia en Alto Alberdi, el 30 de setiembre de 2015.

Fue uno de los homicidios con mayor repercusión del año: cientos de vecinos cortaron la avenida Duarte Quirós para que alguien frenara una serie de asaltos domiciliarios alevosos, al punto de que a Adrián le dispararon pese a que él les abrió la puerta trasera para que se fueran antes de que llegara la Policía.

Lo que Adrián quería era inhalar ese aire de naturalidad que se respira en las casas de familia, y que muchas veces suele ser tan frágil, en especial si a la hora de entrar el auto en el garaje aparecen tres delincuentes armados, y dos cómplices esperan en la vereda.

Por eso mejor que se vayan cuanto antes, que roben lo que quieran pero que se vayan, que no lastimen a los padres, que no toquen a los hermanos, que salgan cuanto antes, y los asaltantes salieron cuanto antes, pero el último de ellos giró, apuntó al abdomen de Adrián y apretó el gatillo.

La familia Brunori quiere que los delincuentes digan en el juicio por qué lo mataron.

Laburante y futbolero. Le habían salido bien las cosas a Adrián. Después de remarla años en el lavadero de la empresa, había conseguido un puesto como chofer en Autobuses Santa Fe.

A las 4.30 sonaba todos los días el despertador, pero qué nimiedad era esa para un hombre que tenía un bebé, estaba construyendo un pequeño departamento en el patio trasero de sus padres, atendía un quiosco en un barrio cercano y se había hecho lugar para terminar el curso de entrenador y recibirse como director técnico, un deseo que cumplió en 2014 en el club Las Palmas.

_Estaba todo el tiempo haciendo cosas sin parar. Tenía una energía-, dice Natalia.

_Su mayor pasión era el fútbol. ¡Un fanático!-, dice Osvaldo.

_Mirá, éste era él-, dice Lidia, y abraza un marco con la foto de su hijo.

Adrián era el tercero de cuatro hermanos en una familia unida. Llevaba nueve años en pareja con Natalia, la vecina que creció a dos cuadras y con la que se conocían de siempre.

Los días eran de mucho esfuerzo pero todo marchaba sobre rieles. Adrián laburaba al palo y se hacía espacio seguido para patear la pelota. Una foto familiar lo muestra en una cancha de fútbol, vestido de fútbol, con cara concentrada en el fútbol.

El 29 de setiembre era el cumpleaños del cuñado de Adrián, y qué mejor excusa para cortar la semana que un picadito y unas pizzas. Tampoco daba para quedarse muy tarde porque había que madrugar, así que Adrián alzó el bolso, se despidió y volvió a Alto Alberdi.

Un móvil, que patrullaba el barrio, lo escoltó cuando entraba el auto en León Pinelo al 400. Adrián saludó a su madre y se fue a duchar. Su padre ya dormía.

Natalia no estaba: el bebé Benjamín se había dislocado un hombro y lo habían llevado a una clínica en Nueva Córdoba.

Minutos más tarde se repitió la escena: el hermano de Adrián llegó a la casa y bajó del auto para abrir el garaje. Cuando se dio vuelta para cerrar, entraron tres hombres armados. Otros dos esperaban en un Renault Sandero robado en la puerta.

Últimos instantes. A las 00.54 del miércoles 30 entró el llamado al celular de Natalia. "¡Llamá a la Policía, llamá a la Policía que están entrando a robar!", susurró Adrián, y cortó. Ella acababa de salir de la clínica y quedó paralizada. Subió al auto rumbo a Alto Alberdi y marcó el 101.

_Ver a esos tipos en mi casa fue una desesperación… No me quiero ni acordar-, dice Lidia.

_Yo me desperté por los ruidos y vi a uno de ellos que le apuntaba a mi hijo en la cabeza. Pedían plata. Les dije que se llevaran los autos del garaje, que tenían las llaves puestas. Quería que se fueran-, dice Osvaldo.

_Llamé a mi hermana, que vive a dos cuadras y salió a ver qué pasaba. Me iba contando todo por teléfono. “¡Me sienten tiros, se sienten tiros!”, me gritó de golpe-, dice Natalia.

El primer patrullero en llegar fue recibido a los tiros por los ocupantes de la Sandero, que aceleraron a fondo y se perdieron. Los agarraron días después.

Los tres asaltantes que quedaron adentro se desesperaron. La cosa se puso jodida y Adrián les recomendó que salieran por el patio. Lo que fuera con tal que bajaran las armas. Los delincuentes lo siguieron. Adrián les abrió la puerta trasera que comunicaba con el departamento en construcción. El primero se trepó a una carretilla y subió al techo. El segundo hizo lo mismo. El tercero también, pero antes se dio vuelta y le pegó un balazo a Adrián, quien tambaleó y se derrumbó en los brazos de su padre.

Murió cinco horas después en el Hospital de Urgencias. Al velorio fue tanta gente que debieron cortar la 27 de Abril.

Los ladrones fueron capturados, dos de ellos con heridas de bala en el omóplato, nalga y muslo. Tenían dos armas calibre 32, plata y celulares. El fiscal de Instrucción Gustavo Dalma los imputó por "homicidio criminis causae", que implica que mataron para ocultar otro delito (el robo).

Como el papá. En marzo de 2016, Natalia tuvo a su segundo hijo. Lo nombró Adrián.